viernes, 19 de septiembre de 2008

Alicia Bonilla

Si preguntaras a sus profesores, te dirían que Alicia Bonilla era una chica “en el límite de la normalidad y la extravagancia”. Sin embargo, ninguno de ellos conocían bien a Alicia Bonilla. Porque si se su hubiesen molestado en hablar con Alicia 19 minutos, habrían descrito a la Srta. Bonilla como una chica totalmente normal, o bien como una chica tremendamente extraña. Todo dependía del día de la semana en que viviese Alicia Bonilla.

Era pues, Alicia, uno de esos raros especimenes que te encuentras alrededor de 6 veces en la vida, sino es que ninguna. Se trata o trataba de una chiquilla de unos 10 u 15 años, melena un poco corta y bastante larga, de un color entre pajizo y chapapote. Alicia Bonilla medía alrededor de la estatura de una canasta de baloncesto, siendo así la chica de menor estatura de su clase. Tenían a Bonilla por buena estudiante, aunque la mayor parte del tiempo entre el inicio y el fin de una clase, Alicia estuviese mirando por la ventana con sumo interés, atenta a no se sabe muy bien qué.

Pero lo que verdaderamente llamaba la atención en Alicia, eran sus aficiones. Las aficiones de Alicia Bonilla eran aficiones que tú definirías como “excéntricas”, y es que en verdad lo eran. Gustaba de coleccionar cuerdas de guitarra, sellos y trastos inútiles. No es que las cuerdas de guitarra sean especialmente útiles, pero Alicia conocía al menos 8 utilidades de éstas, aunque no osaba usarlas, pues es bien sabido que los coleccionistas no tocan los componentes de sus colecciones. Y mucho menos los coleccionistas extravagantes. Lo curioso del caso, es que a Alicia Bonilla aborrecía sobremanera coleccionar cosa, pero lo hacía con devoción consumada, solo por mantener a salvo su excentricidad. Amén de estas rarezas, Alicia solía leer a Goethe, a Poe, a Byron, a Milton. Sino es que a veces leía poemas de Dickinson. Pero solo por mantener a salvo su excentricidad. Aunque, haciendo honor a la verdad, es bien sabido que Alicia Bonilla disfrutaba, y mucho, con el Cuervo. Y era una verdad referida por todos, como todo lo demás que se sabía de Bonilla. Pero era esta una de las pocas verdades de Alicia Bonilla. Porque no era excéntrica por sus excentricidades, sino por su excentricidad en si misma. Y solo hacía gala de sus rarezas para mantener al resto a raya. A raya de la propia Alicia, claro está. Porque Alicia Bonilla era solo el nombre con el que se conocía a una chica un tanto extraña, como muchas otras, de un colegio cualquiera de las periferias de una ciudad algo grande.

Por mantener a raya también, optaba Alicia Bonilla por vestirse por completo de negro. Aunque de vez en cuando Alicia usaba el morado y el amarillo en su indumentaria. Pero nunca el gris, oh, el gris le parecía un color tan triste … En realidad, todo era simplemente una mentira bien formada. Formada por Alicia Bonilla a lo largo de su no muy corta no muy larga existencia, que ya no sabía muy bien como descalabrar. Pues se conocía a Alicia por ser una chica extremadamente sociable, insoportablemente escandalosa, horriblemente inocente y algo torpe. Y así todo seguía el orden establecido. Y esta forma de ser, permitía a Alicia ser clasifica en un grupo de personas (a Alicia le encantan las clasificaciones), odiada (lo considera un arte sublime) y amada (aunque ella misma nunca ha entendido muy bien el amor), pero jamás ignorada. Pues, en el fondo de su ser, lo que más odiaba Alicia Bonilla es que la ignoren. Aunque ella ignora a los ignorantes con educada indeferencia. Aunque muchas veces sintió ganas de gritarle al mundo su verdadera naturaleza, nunca se vio capaz, y a pesar de que se sentía incómoda bajo una máscara más o menos cómoda, nunca tuvo las suficientes ganas de compartirse con nadie.

Un tanto extraña, bastante extrovertida, dada a las risas. Cuando en realidad Alicia era más dada a la reflexión y a la escritura absurda. Y en una de esas tardes de pensamiento absurdo y escritura reflexiva, se dio cuenta de que era Dios. Tan simple como que Alicia Bonilla era el Todo y la Nada. Alicia se sintió muy tonta por no darse cuenta antes de quién era en realidad, cuando estaba más claro que la alfombra donde vomitó el año pasado. No era posible que todo el mundo a su alrededor fuese tan extremadamente plano, tan predecible, clasificable y prescindible, cuando la propia Alicia estaba llena de matices, de rarezas, de planos replegados sobre sí mismos en infinitos y menos infinitos ángulos dentro del neocórtex de Alicia. Y de sentimientos tan divergentes, pero siempre tan serenos, y siempre al mismo tiempo tan cambiantes, dentro del su propia sistema límbico. Era tan obvio; una realidad tan tremendamente obvia que nunca nadie, ningún ser de su creación, se molestase en referirle su identidad a Alicia. Así que Alicia descubrió en ese momento que el resto de personas que la rodeaban no eran sino muertos, que ella misma, como Creadora, debía de guiar hacía un futuro incierto, que; en ese momento, se dio cuenta de que, sin saber muy bien como, conocía.

Y, de repente, Alicia Bonilla se sintió muy grande, y de repente muy pequeña, y de repente muy grande, y de repente muy pequeña, y de repente muy grande, y de repente muy pequeña. Y estos cambios de estado sumieron a Alicia en una tremenda melancolía. Aunque quizás se sumió ella en ese melancolía para mantener a salvo su excentricidad. O quizás la asumió. Las Razones de Alicia son un completo misterio. Incluso para si misma. En ese momento, el neocórtex de Alicia Bonilla empezó a tramar algo.

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Debemos arrojar a los oceanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aqui existió un mundo donde prevalació el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad.